Noticia sobre la temática de nuestra obra para adultos, aún en fase de montaje.
Las personas nos caracterizamos por no hablar claro...
Tenemos que inventar complicadas estrategias para conseguir nuestros propósitos (los legítimos, porque también hay propósitos ilegítimos) sin poder acudir a la verdad pura, llana y simple, ya que ésta, si existe, suele resultar tajante, lesiva y perjudicial. Tajante porque, si es la verdad, ya no hay más cáscaras que hablar y se acabó la negociación que es una de las principales características de la esencia humana; lesiva porque a personas sensibles, descubrir repentinamente la verdad, si es que es la verdad, les puede herir profundamente; perjudicial porque más vale una agradable mentirilla que una, casi siempre molesta, verdad.

Por eso no sólo decimos mentiras, sino que empleamos la mayor parte del tiempo de nuestras vidas en montar complicados artificios que no tienen otra base real que nuestra creativa y tortuosa imaginación y cuya mejor herramienta y sólido pegamento es la fe que debemos poner en ellos, en los artificios, para que nos los creamos a pies juntillas. En otras palabras que creamos que son la verdad, para sustituir a esa otra realidad más fea, donde nuestro rol es menos airoso y en la que mirarnos al espejo con ojos de lucidez nos haría daño...
El precio que pagamos por todo este protocolo es que, literalmente, nos vemos obligados a creernos nuestras propias mentiras...